viernes, 13 de junio de 2014

Maléfica: lo que nunca nos contaron

Por Marta Argota




Últimamente está de moda eso de revisar los cuentos que Disney llevó al cine de forma animada y presentarlos de nuevo pero con actores de carne y hueso. Y es que tras la Cenicienta de Por siempre jamás (1998) interpretada por Drew Barrymore, las dos Blancanieves de hace apenas dos años, Mirror, mirror (2012) y Blancanieves y la leyenda del cazador (2012) con Julia Roberts y Charlize Theron como reinas malvadas respectivamente y la reciente La Bella y la bestia (2014) interpretada por Léa Seydoux, ya le iba llegando la hora a La Bella durmiente.
En este caso, Disney prefiere dar una vuelta de tuerca al cuento de Perrault y presentarnos la historia desde un punto más arriesgado, oscuro y siniestro a través de la villana del famoso relato, Maléfica, y las causas que la llevaron a lanzar una maldición sobre la pequeña Aurora. Esta nueva versión no se centra en la princesa del clásico de Disney de 1957, La Bella durmiente, sino en su padre, Stefan, y la amistad que surgió entre él y la joven hada Maléfica; en la traición, el honor y el valor de unos adolescentes y sobre todo del perdón.
Robert Stromberg debuta en la dirección tras haber sido productor y supervisor de efectos especiales de películas como Avatar (2009), Oz, Un mundo de Fantasía (2013) o Alicia en el País de las Maravillas (2010), de ahí que el uso de planos aéreos, criaturas digitales y paisajes mágicos sea también notable en el film que nos ocupa.
Su guionista no podría haber sido otra que Linda Woolverton, aquella que en su día decidiera cambiar el punto de vista de Disney sobre sus princesas a través del guión de La Bella y la Bestia (1991) confiriéndole a Bella la actitud de una mujer fuerte y valiente; un heroísmo en este tipo de féminas hasta entonces nulo y que le ha permitido con los años a esta escribana de la casa Disney llegar hasta una mujer tan complicada como Maléfica.

En cuanto al reparto pocas actrices son más adecuadas para el papel protagonista como Angelina Jolie, una de las mujeres más poderosas de Hollywood. Su aspecto inconfundible y sus facciones, tanto dentro como fuera de la gran pantalla, se hacen más relevantes y tenebrosas al ponerse en la piel de esta villana. Su resplandor verdoso, sus ojos hechizantes y los pómulos marcados que luce su personaje no hacen más que dejar embobado, y en ocasiones impactar, al espectador que la mira; tanto es así que fue su verdadera hija, Vivienne Jolie Pitt, la que tuvo que interpretar a Aurora de pequeña debido a que no había una sola niña que no huyese o llorase al ver a la actriz caracterizada y coronada por unos imponentes cuernos.

El resto del reparto lo componen Elle Fanning (Super 8, El cascanueces) en el papel de una Aurora que apenas tiene fuerza y que solo se limita a ser torpe y a sonreír, tres coloridas y despistadas hadas interpretadas por Lesley Manville (Another year), Imelda Stauton (Harry Potter y la Orden del Fénix) y Juno Temple (Expiación) y un cuervo, Diaval, que despierta sentimientos ocultos en su dueña y señora y que es la risa de los espectadores, interpretado por Sam Riley (Byzantium, On the road).


La banda sonora corre a cargo del gran James Newton Howard (Diamante de Sangre, Los Juegos del hambre) y la canción principal Once upon a dream, cantada en la versión animada por Aurora, está interpretada en esta ocasión por la tan admirada por el público e incomprendida por la crítica, Lana del Rey.
Maléfica es, en definitiva, una historia de gran espectacularidad visual en la que el resplandor verdoso, las tres hadas torpes, el cuervo y el dragón son los únicos aspectos parecidos a la versión animada. El resto es pues lo que nos atrae hasta el final, un final en el que Aurora merecía más y que dulcifica tanto a su villana que hace que esta película esté destinada más a un público infantil, que no juzga y solo quiere divertirse, que a público adulto que espera quizás algo más de esta relación amor-odio donde los buenos no son tan buenos y los malos tienen sus motivos para serlo.





sábado, 30 de noviembre de 2013

Anna Karenina (2012): amor tras bambalinas

Por Marta Argota


"No tengo paz que dar. 
No puede haber paz para nosotros... 
Sólo miseria o la felicidad más grande"
                                                               Anna Karenina



Está claro que Joe Wright no se rinde ante nada al decidir llevar otra de las grandes obras de la literatura clásica al cine. El director de Orgullo y Prejuicio (2005) y Expiación (2007) sigue apostando por explorar la capacidad de amar del ser humano, pero esta vez con la Rusia imperial como telón de fondo, en la nueva adaptación de la novela homónima de León Tolstói, Anna Karenina. La historia tiene lugar en el año 1874 y muestra las relaciones entre los miembros de la alta sociedad rusa donde Anna, esposa del importante funcionario Karenin, decide abandonar a este y a su hijo para seguir a su amante, el joven y apuesto oficial Vronski.
Son varias las adaptaciones de esta épica historia de amor las que se han llevado al teatro, la televisión o la gran pantalla, pero sin lugar a dudas la de Wright es la más atrevida de todas al contar con el dramaturgo y guionista Tom Stoppard (ganador del Oscar por Shakespeare in Love) para lograr dar ese toque de posmodernidad a la película. Y es que en esta ocasión, el director elige presentar la historia como si de una obra de teatro se tratase, a pesar de que esa ruptura con lo convencional pueda convertirse en un arma de doble filo al desviar la atención del espectador lejos del foco principal de la trama: la lucha por el amor verdadero.
Se impone, por lo tanto, la increíble textura fotográfica de Seamus McGarvey y el virtuosismo con el que se nos muestra el paso de una escena a otra, entre bambalinas, a través de una coreografía impoluta y delicada, que fluye sin más, encadenando las distintas tramas y personajes y manteniendo la continuidad a pesar de saltar constantemente de un escenario a otro. Todo ello gracias a los arriesgados planos y movimientos de cámara editados a través del montaje en paralelo que realiza Melanie Ann Oliver contraponiendo las dos historias de amor presentes en el film, pasando del teatro, las sombras, la infidelidad, la tragedia y la falsedad que rodean a Anna, a la vida rural, sencilla, libre y sincera de Levin.

Para el film, Wright vuelve a confiar en su musa, Keira Knightley, para defender el papel de la protagonista que ya encarnaron actrices de la talla de Greta Garbo, Vivien Leigh, Jacqueline Bisset y Sophie Marceau.
La Anna que interpreta Knightley es, en ocasiones, menos pasional y cálida que la que Tolstoi describía en su novela, aún así su finura, sus elegantes movimientos, su versatilidad y la expresividad de su mirada están a la altura de la trágica heroína del siglo XIX. Por el contrario AaronTaylor-Johnson no es, ni de lejos, el apuesto y seductor Conde Vronski que imaginábamos. Al actor de Kick Ass y Albert Nobbs le queda grande un papel que años atrás hubiera podido representar perfectamente el atractivo, pero aquí avejentado Jude Law (Alexei Karenin, esposo de Anna), de una manera más convincente. Matthew Macfadyen (Los pilares de la tierra, Orgullo y prejuicio), otro de los habituales del director, se come la pantalla en la piel de Oblonsky, el hermano de la protagonista, al igual que Alicia Vikander (Kitty) y Domhnall Gleesson (Levin) que logran hacerse con el espectador, poco a poco, dejando a un lado la trama principal imponiéndose sobre los protagonistas al interpretar, con mayor sentimiento, algunas de las escenas más memorables del film.
Además, cabe decir que la interpretación de los actores está bien sustentada por el precioso vestuario de Jacqueline Durran (ganadora del Oscar 2013 por dicha película), que cautiva y embellece los vaporosos movimientos de los actores, sobre todo en las escenas de baile. Digna de ver es la elaborada coreografía de la danza entre Anna y Vronski acompañada por la música del compositor italiano, incondicional de Wright, Dario Marianelli (ganador del Oscar en 2007 por la hipnótica banda sonora de Expiación) que sabe expresar, durante toda la película, el ambiente sofisticado que rodea a la sociedad rusa de bailes, teatros y óperas.
Este film hará, en definitiva, las delicias de aquellos que esperen ver una adaptación libre, renovada y mágica de las pasiones humanas a través de un teatro decadente; un regalo para los sentidos, no así para los más clasistas que prefieran huir del riesgo y del poder visual, a favor de las líneas del propio Tolstoi.